Por las primeras, las últimas y, sobre todo, las segundas veces.
A todos los que alguna vez nos guiaron o nos siguieron hasta el fin.
Cierro los ojos y es justo ahí, sentada en una banca tallada de bloques de sal a 180 metros de profundidad a nivel de la tierra, que te reconozco entre el miedo de no poder respirar, de evaporarme entre escombros de tierra y sal; el miedo de no poder salir de ahí y no verte nunca más.
Después de tanto, estábamos aquí.
Por las veces que nos tuvieron de frente sin que nos vieran realmente y que no pudimos hacer nada al respecto.
Esta vez, nos dejo ir con las manos abiertas, sin ninguna posibilidad y sin esperar nada más. Con claridad y sin daños. Sin más.
Un rumor, una semblanza, una anécdota o una pista que hasta ahora, no me había atrevido a confesar jamás.
Una ventana y dos mundos.